LEYENDA DEL CABALLERO DE CALATRAVA
AUTOR: Rodrigo Ramírez Ruiz-Bailón
Era el año 1190
cuando nací, me pusieron por nombre Ruy Sánchez de la Finojosa, hijo de Juan
Sánchez y Doña Elvira de la Finojosa. Mi destino estaba marcado por el gran
fervor religioso que compartían mis padres, querían que cuando tuviese edad
suficiente ingresara en la Orden de Calatrava.
Vine al mundo
en Guadamur, un pequeño pueblo situado muy cerca de Toledo. En su escudo se
podía leer la siguiente leyenda: “Guadamur, tierra castellana, de secos páramos
y sobrias gentes”. Mi villa estaba bañada por el río Dehesa la Nueva.
Castillo de Guadamur
Corrían por la
Península Ibérica vientos de guerra: Eran tiempos de Reconquista.
Gran parte del territorio estaba todavía gobernada por El
Imperio Almohade. En el Norte y en el Centro se asentaban los reinos
cristianos: Castilla, León, Portugal, Navarra y Aragón. La ilusión de todos los
jóvenes era concluir la tarea que había iniciado Don Pelayo.
Los frailes del convento de San Clemente(Toledo), me enseñaron a leer,
requisito indispensable para cualquier caballero de mi condición, como si no,
iba a poder leer las sagradas escrituras, las órdenes de mi Gran Maestre y las
leyes de mi Rey, aunque he de reconocer que era una actividad poco corriente en
mi época. Aprendí el catecismo, que ha guiado mi vida desde entonces, en aquel
entrañable monasterio.
Vista Panorámica de Toledo ( Capital de la Hispania Visigoda)
Crecí y con
quince años ya era un muchacho alto, fuerte, de pelo castaño e incipiente
barba. Fue entonces cuando mi padre me comunicó su deseo de que ingresase como
caballero en la Orden de Calatrava y cumplir con la promesa que mi abuelo había
hecho de que alguno de sus descendientes entregase su vida a tan noble Orden.
Sabía del amor
de mis padres por mí y cumplí su deseo sin dudar.
Por lo que
tenía entendido, la Orden de Calatrava era la más exigente de las Órdenes
militares Españolas. Exigía cuatro generaciones de pureza de sangre, requisito
que mi familia cumplía de sobra, porque éramos cristianos viejos y podíamos
jurar sin mentir que no teníamos conocimiento de algún antepasado moro o judío
converso.
Tras cuatro
años de instrucción, en una solemne ceremonia fui nombrado caballero de la
Orden de Calatrava.
Castillo de Calatrava la Nueva
Me destinaron al castillo de Anguix (
Guadalajara) donde conocí a Alvar Santi Yllán, un caballero aragonés seis ayos
mayor que yo. Se convirtió en el hermano que siempre había querido tener:
Noble, fuerte, experimentado, siempre de fiar, exigente consigo mismo y
condescendiente con los defectos de los demás, sobretodo con los míos. Sin
lugar a duda encarnaba a la perfección la idea que yo tenía de un caballero de
Calatrava.
Castillo de Anguix (Guadalajara)
El Rey encargó a nuestro Maestre, la misión de proteger a su sobrina, Doña Margarita, en un viaje de Cuenca a Toledo. Era una joven, de almendrados ojos azules y rubia melena recogida en una trenza de espiga. Su voz, clara y bien timbrada estaba hecha para el canto y su sonrisa entre tierna y tímida, reflejaba la bondad de su alma. Cuando la vi, una extraña sensación me invadió. La travesía duro 12 días, mientras el sol brillaba, mis ojos la buscaban y durante la noche mis sueños me la mostraban, era como una enfermedad que no sabía cómo curar. El matrimonio estaba prohibido en mi Orden, y los nuevos sentimientos que albergaba me hicieron sentir como un estafador con una vida de mentira. Mi corazón había elegido a su dueña, y no era la amada Orden de mi abuelo.
Cumplí mi misión, y me separé de Doña Margarita pero mis sentimientos no cambiaron. Incapaz de seguir con mis votos, y angustiado por ser indigno de vestir la capa con la cruz de Calatrava, distintivo pensado para el honor y no para la mentira,decidí abandonar la Orden.
El Señor de Brihuega, noble que quería conseguir el favor de nuestro Rey Alfonso, me acogió a su lado de buen grado. No había batalla en la península, en la que nuestra hueste no participase, combatía sin tregua, centraba mi atención en conservar la vida y conseguía descansar porque las cuatro horas de sueño que se nos permitía en los asedios me salvaban de la locura. Gracias a esta actividad, conseguí sepultar los pensamientos que tanto me habían atormentado. Tres curativos años transcurrieron, hasta que volví a escuchar el nombre de Doña Margarita, de boca de un heraldo real. El Rey pedía nuestra ayuda para rescatar a su primo, Don Nuño y a su sobrina de las manos del Emir de Valencia.
El asedio al Alcázar se me hizo insoportable, sabiendo que mi amada estaba en un harem encerrada. Me enteré, por un confidente llamado, Alí Rasí, hijo de moro y esclava cristiana, de que el castillo y la ciudad se levantaban sobre un intrincado complejo de cuevas construido en tiempos de los romanos. Era muy fácil perderse en ellos, pero Alí conocía sus secretos. Entré con él y conseguí llegar a la mazmorra donde tenían al padre de Margarita. Un centinela le vigilaba y con una rápida estocada Alí le seccionó el cuello. Saqué a Don Nuño en mal estado y encomendé a mi guía ponerlo a buen recaudo.Continué solo y sin un plan bien trazado, la búsqueda de la cautiva. Escuché unas risas
de mujeres y las seguí pensando que me llevarían al harem. La vi, nos separaba una celosía, que sin pensármelo dos veces, de una estocada hice astillas. Cogí su mano y corrí hacía las grutas. No sabía dónde estaba ni a donde iba, pero no pensaba retrodecer. De repente, oímos una voz conocida, la de Alvar de Sant Yllán ¿Qué podía hacer allí? No era el momento de preguntárselo, yo le seguía porque sabía que nos estaba guiando hacia la libertad. Mi fe en él era absoluta, no había dudas solo gratitud y orgullo por contar con su amistad. Por fin, vimos la salida y él nos cedió el paso, me abrazó y dijo: “Cuida siempre de ella”.
Así lo hice, me casé con
Doña Margarita tras obtener la dispensa del Gran Maestre de la Orden de
Calatrava. Lo más curioso es que mi amigo Alvar jamás participó en el asedio de
Valencia, ni nadie de la Orden, mis compañeros de armas habían sido masacrados
un año antes en el cerro de Alcántara. Su alma me mostró el camino hacia la
libertad y la felicidad. Si Dios había permitido tal prodigio, no sería el Gran
Maestre quien se opusiese a nuestro amor.
Cumplí mi misión, y me separé de Doña Margarita pero mis sentimientos no cambiaron. Incapaz de seguir con mis votos, y angustiado por ser indigno de vestir la capa con la cruz de Calatrava, distintivo pensado para el honor y no para la mentira,decidí abandonar la Orden.
Así lo hice, me casé con
Doña Margarita tras obtener la dispensa del Gran Maestre de la Orden de
Calatrava. Lo más curioso es que mi amigo Alvar jamás participó en el asedio de
Valencia, ni nadie de la Orden, mis compañeros de armas habían sido masacrados
un año antes en el cerro de Alcántara. Su alma me mostró el camino hacia la
libertad y la felicidad. Si Dios había permitido tal prodigio, no sería el Gran
Maestre quien se opusiese a nuestro amor.
MUY INTERESANTE.
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